¿Urodelos o reptiles?

Muchos dicen que son lagartos, los más que salamandras, unos pocos los confunden con lagartijas, alguien cree que sean crías de dragón de komodo e, incluso, algunos miopes los ven como salamanquesas. Pero lo cierto es que todos llaman a su ‘hábitat’ la Casa de los Lagartos.

La Casa de los Lagartos es ese edificio, en el número 1 de Mejía Lequerica, proyectado en 1911 por el arquitecto del ayuntamiento y restaurador del Museo del Prado, Benito González del Valle, que recibió el encargo de construir un bloque de viviendas de alquiler para familias con escasos recursos.

Y el encargo no era fácil porque es un solar de larga fachada pero muy poco fondo, apenas 5 metros, y, por tanto, de difícil distribución. El arquitecto supo aprovechar bien esta lengua de terreno urbano con dos viviendas por planta, con todas sus habitaciones exteriores y repartidas a lo largo de un pasillo interior, más dos estudios en el ático.

En la fachada optó por la inspiración secesionista vienesa –ese estilo similar al art nouveau francés o a nuestro modernismo– con bandas de esgrafiados y las 11 esculturas de la discordia nominal que sustentan la cornisa y dan nombre al edificio.

Porque en lo de los ‘bichos’ hay dos principales corrientes. La oficial, que afirma que son salamandras, anfibio urodelo, que, junto con otros reptiles, emplearon los artistas del modernismo para el diseño de esculturas y joyas. Y la heterodoxa, que defiende que son lagartos ocelados, réptil típico de la Península y el más abundante de los lagartos ibéricos. Pero ya sean “galgos o podencos” allí siguen, junto a las terrazas, disfrutando del sol madrileño.

Y para completar la polémica, la fachada –según dicen, pues yo no lo recuerdo– tenía originalmente “un color blanco en consonancia con modelos secesionistas”. Ahora, tras una restauración, el color del revoque es ese tan madrileño ocre amarillento, “más resistente a la contaminación pero que desprecia las intenciones del autor y adultera la imagen primitiva de la obra”.