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Cuando los árboles tenían apellidos


Azulejo de"Un árbol, una vida"

Después de tanto ir mirado al cielo, cabeza arriba, un día –por aquello de relajar cervicales– bajas la mirada y te sorprendes. “¡Andá, si en Madrid tenemos árboles con nombre, apellido y fecha de nacimiento!” mascullas por lo bajo. “Mónica Vela Román 15-2-91” reza un pequeño baldosín junto al alcorque de una acacia del Japón. Curioso nombre para una sophora japonica, tan abundante en nuestras calles.

Y sí pero no, porque ese es uno de los restos de aquella campaña ‘Un árbol, una vida’, de corto recorrido, que se desarrolló allá al inicio de los años 90.

La idea original, concebida por el Partido Radical Italiano y propuesta ante el Parlamento Europeo, era la de plantar y personalizar un árbol por cada niño nacido, para crear conciencia ecologista entre los más jóvenes. El alcalde de Madrid, Agustín Rodríguez Sahagún, la hizo suya e inmediatamente la puso en marcha, en sustitución de la Fiesta del Árbol.

Unos días antes de la Navidad de 1989, reunió en la casa de Campo, junto al Puente de la Culebra, a las familias de 210 niños –10 por distrito– nacidos aquel año para la inauguración de la campaña. Protagonizada por un madroño situado en el centro de un banco circular, en él se incrustaron placas con los nombres y las fechas del nacimiento de todos aquellos bebés que dormitaban en brazos de padres o abuelos, ajenos a su presunto paso a la posteridad.

La idea se completaba con la plantación y personalización de 26.000 árboles cada año –que esos eran los madrileños nacidos por entonces– y el envío a los padres de una maceta con un madroñito, que venía de un vivero de Albacete, y una carta con los datos y situación de su retoño vegetal.

El proyecto hizo agua –y no para regar– desde el principio. Para los 26.000 nuevos madrileños el Ayuntamiento sólo podía plantar 11.000 árboles, porque no disponía de más plantas ni de más calles tampoco. Muchas placas desaparecieron o simplemente se borraron. Nadie previó que las zanjas para agua, gas, electricidad o teléfono siempre se hacen de forma sucesiva y nunca simultánea, ni pensaron que a un chamberilero le gustaría que su hijo tuviera un árbol en Chamberí, y no en la Dehesa de la Villa, o viceversa. Hubo desaprensivos comerciantes a los que no les gustaba que un árbol tapara sus negocios y la planta moría con nocturnidad y riego con detergente. Y de las cartas con madroño bonsái promocional poco –o nada– más se supo.

Al final, como ironizó un concejal de la oposición, "la campaña ha desaparecido sin que nadie sepa cómo ha sido" y volvimos a la Fiesta del Árbol.

Pese a todo, al rebufo de Madrid también se apuntaron al bautizo arbóreo otras localidades como Zaragoza; Vejer, en Cádiz; Castrillón, en Asturias, o Fuengirola, en Málaga, aunque desconozco con qué éxito.

Aquí, 27 años después, todavía puedes encontrar pocas de aquellas placas en algunos parques o calles –Reina Victoria, Santa Cruz de Marcenado, General Álvarez de Castro, Paseo de Moret, Ponzano, Castellana…– que nos cuentan que Ana Isabel López dio nombre a una acacia de Japón, Álvaro Alamán a un olmo siberiano o Noelia Desantiago a un almez. Pero… ¿lo sabrán ellos?

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