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El blasón más bello de todos


Escudo de la Diputación

La heráldica –ese “arte del blasón” como lo define la RAE– sigue hoy muy vigente en Madrid. Basta alzar la vista para encontrar docenas de escudos, insignias, divisas o armas en fachadas, dinteles y chaflanes. Pero hay uno que timbra un antiguo edificio, en la calle de O’Donnell 50, que pasa por ser el más bello de todos ellos.

Se trata de un precioso escudo de armas de la Diputación madrileña, republicano, que, pese a los años, circunstancias políticas y bélicas o reformas arquitectónicas, sobrevive 84 años después de que fuera encajado en el tímpano de la, entonces recién inaugurada, Inclusa de Madrid o Instituto Provincial de Puericultura, como se bautizó el edificio.

El inmueble –que hoy aloja la Consejería de Políticas Sociales y Familia– fue proyectado por los arquitectos Francisco de Asís y Baltasar Hernández Briz y comenzado a construir durante los últimos años del reinado de Alfonso XIII, para sustituir al viejo y frío caserón de la Inclusa de Mesón de Paredes. Fue inaugurado ya por el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, en octubre de 1933, y por ello el gran emblema republicano que lo preside.

De cerámica policroma y azulejería a modo de trencadis, identifica a la extinta Diputación de Madrid –histórica gestora de la institución– en su primera versión, otorgada en 1872. Está timbrado con la corona mural almenada republicana, y consta de nueve cuarteles que pertenecen a los emblemas de los ocho partidos judiciales y al de Madrid.

Arriba comienza con un castillo cuadrado sobre agua, blasón de Alcalá de Henares, la ciudad más antigua de Madrid; el segundo corresponde a Navalcarnero, con el acueducto por haber sido fundada por segovianos; el tercero es el primitivo de San Lorenzo del Escorial, aún sin la parrilla, y el cuarto, de Colmenar Viejo, que no tenía escudo propio, y aquí lo forman los emblemas de las casas de los Mendoza –sin la angélica leyenda "Ave María" lógicamente– y de la casa de los Luna, a las que esa villa perteneció. Las divisiones de la parte inferior corresponden al escudo de Chinchón, que había carecido de blasón y usaba el de los antiguos Condes de Chinchón; el segundo a San Martín de Valdeiglesias, con un dibujo que evoca la caritativa acción del santo de repartir su capa con un pobre; le sigue el de Getafe, todavía representado por el polémico globo terráqueo, con el punto de la centralidad peninsular, y cierra Torrelaguna, con su obvio blasón, una torre con ondas al pie simulando agua.

Por último, en el escusón central, a modo de cierto reconocimiento jerárquico, el escudo de la ciudad de Madrid, primero de los ayuntamientos constitucionales, con su dragón rampante –o grifo de oro–, el oso empinado contra el madroño y la corona cívica trenzada.

Pocos escudos quedan ya como éste –si acaso su análogo de la Plaza de Las Ventas– porque, en 1981, se rediseña para adecuarlo a los cambios en el mapa de partidos judiciales. En esta segunda versión desaparecen los blasones de Chinchón, San Martín de Valdeiglesias, Getafe y Torrelaguna incorporándose el de Aranjuez, además de sustituir las armas de la villa de Madrid por las actuales de Oso y Madroño.

Con la llegada del Régimen Constitucional, y una vez que nos convertíamos en Comunidad Autónoma –desaparecida la Diputación–, había que proveernos de símbolos: himno, bandera, ¡escudo!… El problema era que Madrid nunca había sido independiente, por lo que hubo que inventárselos. El diseño se encomendó a un poeta y periodista y a un diseñador gráfico. El correcto resultado fue un escudo “fácil de describir verbalmente y tan cargado de antecedentes históricos/legendarios…” pero que recuerda más a un logotipo que a un blasón heráldico.

Pero sea republicano o monárquico, heráldico o de diseño, cerámico o en vinilo, histórico o de anteayer, sin duda, el más bello de todos sigue siendo el de la antigua Inclusa de O’Donell.

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