top of page

Los ocho pingüinos dipsómanos


Pingüino de Fernando VI

Haciendo ebrios equilibrios sobre la azotea del número 3 de la calle de Fernando VI hay ocho pingüinos, jarra en alto, bebiendo cerveza con un barrillillo bajo el ala. Pero estos simpáticos dipsómanos no siempre moraron aquí.

Los primeras noticias del edificio son de 1910, cuando su dueño, Joaquín Ripoll, anuncia que en "El Menaje Moderno - Primitiva Casa Ripoll" vende "elegantes modelos de lámparas fúnebres (sic) a precio económicos", además de "máquinas y utensilio para la industria salchichera". Pero la cosa no debía funcionar –que no veo yo de muy buen gusto mezclar el negocio funerario con el del fiambre– y para 1922, pasa a ser sólo "Casa Ripoll", una "casa recomendable, primera en baños todas formas y baterías de cocina". El negocio no debía ir demasiado boyante, y el tal Ripoll, en una huida hacia adelante, le encarga, en 1924, a Francisco Reynals Toledo, arquitecto y jefe del catastro, una remodelación integral del inmueble para relanzar el establecimiento.

El mayor de los Reynals proyectó un edificio de dos plantas, de traza neoclásica con toques modernistas, con los interiores con una decoración "sencilla pero elegante". Elegancia que poco juego le debió dar al propietario, porque en 1929, de nuevo, cambia de denominación, perfil mercantil y responsable, y se anuncia en ABC como "Muebles Nemesio", y sólo dos años más tarde, en 1931, se convierte en el “Alkázar del mueble” que vende "muebles de lujo pero económicos".

Y en éstas, la cervecera santanderina Cruz Blanca, en plena expansión nacional, se planta en la capital con la compra de su rival Santa Bárbara –la fábrica de cervezas más antigua de Madrid– y junto a su rubio elixir se traen los pingüinos borrachines a la reconvertida antigua mueblería. Y dónde mejor colocarlos que sobre los pilares de la barandilla de la azotea. Desde las alturas los ocho pájaros invitaban a la libación pero con el barril bajo el ala con la cruz griega blanca sobre fondo rojo –homenaje a los helvéticos fundadores de la marca– para que no hubiera dudas en la elección.

Como ya estaban con las libaciones, que mejor que un nuevo cambio comercial al inmueble. Y así nació, en 1969, el Santa Bárbara, el pub por antonomasia del Madrid los primeros 70. “Allí se reunían abogados laboralistas, directores y actores de cine y de teatro, sindicalistas y estudiantes, feministas y agentes de paisano de la Brigada político social con la oreja puesta en las tertulias” cuentan sus antiguos dueños. Un pub tan progre para aquellos años que compartió pedradas en los cristales con su vecina, la librería Antonio Machado.

Al Santa Bárbara, casi tres década después, le sustituyó el Malevo –aunque ni cantaban tangos ni nada tenían los ebrios pingüinos de matones y pendencieros–, una cafetería de día y pub chill out de noche que compartió decoración con su antecesor. Y como aquel acabó bajando los cierres.

Tras más de una década de abandono, descoloridos y ajados –no se sabe si por el tiempo o por los efectos del alcohol– estos ocho pájaros bobos continuaban con su brindis al sol para que los propietarios o alguna administración decidiera devolver a su edificio los esplendores pasados o al menos una merecida limpieza.

Hoy, tras una restauración/transformación del edificio los ocho vuelven a lucir, aunque níveos cual anuncios de un yogurt, en su querida terraza convertida en amplio balcón retranqueado

Entradas anteriores

Etiquetas

bottom of page