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La ajetreada vida de la blanca estatua


Venía para ser la alegoría de la Fe pero traía los pechos al aire y los muslos prietos. Venía para ser la cúspide de la primera fuente ornamental que viera Madrid y acabó sobre una aburrida columna. Iba a ser única y ni siquiera es la auténtica, que la original se la guardó Tierno Galván en la Casa de la Villa. Es La Mariblanca, esa alba joven que, desde la Puerta del Sol, vigila la entrada a la calle Arenal y tan ajetreada vida ha tenido.

Porque desde que llegó a Madrid, allá por 1625 de la mano de florentino Ludovico Turchi para coronar la desaparecida Fuente de la Fe, ha recorrido plazas, almacenes, museos, jardines y paseos, ha sufrido accidentes, atentados y mutilaciones y la han ‘clonado’ dos veces, cual oveja Dolly.

Ya llegó descabezada del traqueteo del viaje, lo que le costó un disgusto –y 100 reales para la compostura– al transportista, un carretero de Alicante. Y nada más emplazada sobre la fuente en Sol, los aguadores que allí llenaban sus cubas le cambiaron el nombre por el ‘descolorido’ mote de La Mariblanca, por su nívea figura.

Allí, la diosa vivió más de dos siglos, primero sobre la Fe y después sobre “Arpías”, hasta 1838, que se mudó a otra fuente –ésta pequeña y más pragmática– en la plaza de las Descalzas Reales. Después, no se sabe por qué pecado, fue condenada a reclusión en los almacenes de la Villa. Tras dos décadas de encierro, recuperó la libertad para disfrutar del tercer grado en el soleado Parque del Retiro.

Pero no iba a ser para siempre, porque en 1969 se bajó a la sombra de las columnas que enmarcan ese pequeño estanque que hace de mar de la antigua 'Playa de Recoletos'. Y vaya equivocación que cometió. Porque, en una madrugada festiva, un gamberro, seguro que dipsómano, la volcó dentro del agua, tal vez, para ‘celebrar’ aquel Año Nuevo. Otra noche, de 1984, unos salvajes incultos, no contentos con pintarrajearla, la derribaron con unas cadenas atadas a su cuello. Quedó decapitada, con un brazo amputado y el cuerpo roto en pedazos y pequeñas esquirlas esparcidas por todo el estanque.

Tras más de tres siglos de callejear por Madrid parecía que la blanca diosa había llegado a su final. Pero como divinidad que es, ha de ser inmortal y después de una complicada restauración, el alcalde Tierno Galván la dio refugio en el zaguán principal de la Casa de la Villa donde sigue escondida, pero la pusieron dos dobles. Una en el Museo de Municipal y la segunda para regresar a su Puerta del Sol.

Y como las réplicas no iban a ser menos en ajetreos, la primera saltó de museo a museo y ha acabado de nuevo en el Municipal, ahora de la Historia de Madrid. La otra, la de la fotografía, fue a su lugar original, en la confluencia de Alcalá con la Carrera de San Jerónimo, en el mismo sitio donde se supone que estuvo la primitiva Fuente de la Fe. Pero, inquieta como sus hermanas, aprovechando la última reforma de la Puerta del Sol se cambió al otro extremo de la plaza.

Y, por el momento allí sigue. Unos dicen que es Venus, otros que Diana, pocos que la Fe, pero el Cupido manco a sus pies la delata, pese a su tormentosa vida, como la diosa del amor.

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