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El "chino" que era filipino


José Rizal

Es punto de encuentro para runners con zapatillas de diseño y mucamas que empujan carros de bebés o de octogenarios. "Ahí, junto al monumento del chino". Y razón tienen en lo de monumento –enorme– y en lo de chino –que algo de esa sangre tenía–, pero él era filipino de pura cepa. “Rizal” reza a los pies de la efigie de un elegante y circunspecto joven de rasgos orientales que preside el cruce de la avenida de Filipinas con la calle Santander. Es José Rizal, nombre que poco o nada dice a los madrileños pese a este monolito, a una placa y, ahora por mor de la Memoria Histórica, a una calle.

José Protasio Rizal Mercado y Alonso Realonda, más conocido como José Rizal –o Pepe Rizal, para familia y amigos– es el héroe nacional, mártir incuestionable y figura primordial de la intelectualidad de Filipinas.

Algún dato más sobre Rizal lo tenemos en la sucinta biografía que de él publicó La Gran Enciclopedia del Mundo: “José Protasio Rizal y Alonso (1861–1896), Escritor y patriota filipino nacido en Calamba. Tras estudiar en España, Medicina y Filosofía y Letras, publicó en Berlín la novela ‘Noli me tangere’, dura sátira contra las órdenes religiosas, y viajó por Japón, China y Estados Unidos, antes de instalarse como médico en Hong Kong. De nuevo en Filipinas, fue deportado primero a Mindanao y luego a España por sus ideas avanzadas. Finalmente, luego de permanecer encerrado en Montjuich, fue devuelto a Manila, donde condenado por un Consejo de Guerra, murió ejecutado". Una decisión no sólo injusta sino también torpe, porque convirtió a Rizal en un mártir y en la figura que movilizó a los filipinos para independizarse de España.

En 1996, coincidiendo con el centenario del fusilamiento, se inauguró en Madrid el ampuloso monumento, réplica, con alguna variante, del erigido en el en el Rizal Park –hoy kilómetro 0 filipino– y lugar donde fue ejecutado. Al tumulario homenaje –además de la figura del prócer– lo completan una pirámide truncada rematada por un obelisco, tres grupos escultóricos de bronce, dos estelas simétricas con el poema, en español y filipino, 'Mi último adiós' –escrito por Rizal en la víspera de su fusilamiento–, amén de placas de bronce, estrellas y textos grabados en el granito.

Pero poco cuenta el monumento –o los otros doce que le recuerdan en diversos países– de este auténtico hombre del Renacimiento en el siglo XIX –dicen que hablaba 22 idiomas– pese a su corta vida. En sus escasos 35 años le dio tiempo a ser escritor, antropólogo, etnólogo, economista, sociólogo, educador, arquitecto, ingeniero, escultor, pintor, novelista, lingüista, poeta, esgrimista, historiador, periodista, productor, dramaturgo, oftalmólogo, caricaturista, cartógrafo y masón, entre otras cosas. Una vida que daba para un entretenido biopic, con Jet Li con tupé de protagonista.

Con este currículo, no es de extrañar que, tras su muerte, adeptos o detractores le hayan atribuido hechos o capacidades, algo inverosímiles, como que fue el padre de Adolf Hitler o de Mao, que era homosexual, un famoso asesino en serie de prostitutas en Londres, la reencarnación de Jesucristo, que resucitó transformado en un gallo blanco volador, que era un espía extranjero que trabajaba para Alemania o –rizando el rizo, que para eso es Rizal– que aún sigue vivo como eremita en lo profundo de un bosque cerca de Manila.

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