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Urraca con escudo marital


Urraca con escudo marital

Si lo de la paridad –mujeres/hombres o viceversa– no funciona en multitud de administraciones, gobiernos autonómicos y/o locales, en el exclusivo club de las estatuas en Madrid es ya para echarse a llorar. De las más de 400 figuras y grupos escultóricos que pueblan la capital, sólo 27 pertenecen a mujeres o su condición, descontando vírgenes y santas. Y entre la escultural realeza, más de lo mismo. Porque los 114 monarcas, emperadores y asimilados con efigie –algunos repiten– superan en más de 10 a 1 a las once reinas –incluida La Chata, que no lo fue– que pueden presumir de haber sido inmortalizadas en piedra.

Pero hay una que además de figurar en la lista puede vanagloriarse de que es la única que tiene la efigie de su marido a sus pies. Es Urraca Alfonso, más conocida como Doña Urraca, una adelantada a su tiempo, muy vilipendiada por la historia popular.

Sucesora de Alfonso VI y sucedida por Alfonso VII, es considerada la primera reina que ejerció una real autoridad real sobre las coronas de Castilla y de León. Casada a los 14 años con el conde Raimundo de Borgoña y recasada –ya viuda– con Alfonso el Batallador, su vida fue plena de continuos enfrentamientos políticos y/o bélicos con nobles, clerecía y su segundo marido. Pese a todo, mantuvo la unidad de los dos reinos y así se los legó a su hijo y sucesor.

Por ello, el padre Martín Sarmiento la incluyó entre las pocas mujeres –de las más de 100 estatuas– que debían decorar el Palacio Real. Por mor de moda, peso, sueño premonitorio –según la leyenda– o simple y real capricho, doña Urraca fue descabalgada de su podio para terminar aposentándose en el Paseo de la Argentina de El Retiro, en compañía de otros 12 monarcas y un pedestal vacío.

Juan Pascual de Mena –el que también esculpió la Fuente de Neptuno– talló una estatua de corte neoclásico, con las dimensiones de la figura algo exageradas, pero con detalle en ropajes y joyas, así como en los pliegues de la capa, pese a que en un principio habría de verse desde lejos, en lo alto de la cornisa del Palacio. Añade un escudo que Urraca sujeta a su vera, en el que retrata al primer marido, el conde Raimundo de Borgoña.

Según cuenta la historiadora María Luisa Tárraga, en un excelente trabajo titulado "La imagen de las reinas de España a través de esculturas y relieves de siglo XVIII", el fray ordenó que sólo las reinas que, por matrimonio, herencia o cesión, consiguieron la unión de dos reinos, tuvieran estatuas en bulto redondo y con detalle. Del resto sólo aparece su retrato cincelado en bajorrelieve en los escudos. Pero no todas, porque también en los escudos puso condiciones, y sólo fueron talladas las madres de herederos a la corona. En ese caso los escudos están a la izquierda del rey y pegados al cuerpo. Pero si el sucesor era bastardo, el escudo está sin labrar y no incluye el retrato de la reina. Y para completar el código, si el escudo está a la derecha y no pegado al cuerpo ninguno de los cónyuges fueron los padres de su sucesor en el trono.

Como curiosidad, la estatua de doña Urraca es la única de fémina que muestra en el escudo a su consorte. Con otra curiosa curiosidad. En el resto de escudos, de las reinas consortes sólo presentan su rostro; en éste, el conde Raimundo de Borgoña está tallado de cuerpo entero.

¿Capricho del escultor? ¿Otra clave secreta de fray Sarmiento? Habrá que seguir investigando.

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