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No es Caperucita que es un enano


Bajando por la calle de Atocha, por el lado de los impares, me pareció ver, en la otra acera, allá en lo alto de un edificio –oficial, por la bandera– una Caperucita, la del lobo y la abuelita. Pero no está ni con uno ni con otra, si no con un señor que recuerda a un tenista sueco aunque ataviado con túnica y una serpiente, en lugar de raqueta, en la mano.

Curioso grupo escultórico el que corona el Instituto Nacional de Administración Pública –de ahí la bandera– en Atocha 106. Pero si lo piensas, ni tenista ni caperucita. ¿Quién podría ser un señor con barba, una serpiente en la mano y acompañado de un niño cubierto con una capucha? Sin duda que es el griego Asclepio –Esculapio para los romanos–, dios de la Medicina. Y es que quién, si no Asclepio, iba a coronar la que fue sede del Real Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos y germen de la Facultad de Medicina.

El edificio, inicialmente proyectado por Sabatini en el solar del antiguo Hospital de la Pasión, comenzó su construcción, tras múltiples avatares, en 1832 con un proyecto del arquitecto Isidro González Velázquez que, tras el fallecimiento de éste, concluyó su discípulo Tiburcio Pérez Cuervo. Ya inaugurado, el inmueble albergó primero el Colegio de San Carlos, que unía los estudios de medicina y cirugía, y, desde 1845, la Facultad de Medicina. Con el traslado de ésta a la Ciudad Universitaria en 1950, el edificio quedó semiabandonado hasta que, en 1987, el INAP lo recuperó como sede tras su rehabilitación.

Y su ático ha seguido coronado por el grupo escultórico médico. A Asclepio/Esculapio se le personifica como un hombre barbudo de edad madura y con abundante melena recogida con una cinta. Casi siempre aparece vistiendo un manto, que deja al descubierto el brazo derecho, y porta sus atributos: la copa con la bebida saludable y el báculo con la serpiente enroscada. Pero el madrileño Sabino de Medina Peñas, escultor responsable de esta obra, optó por una representación menos habitual, pues lo sentó y aunque en su mano puso a la zamenis longissimus –la culebra de Esculapio–, olvidó tanto la copa como el bastón. Y a su lado, a uno de sus sanadores hijos, el que siempre le acompañaba, Telesforo, dios de la convalecencia, “un enano cuya cabeza siempre estaba cubierta con una cogulla o gorro frigio”.

Será que por leer a Perrault y a los Grimm confundamos a un enano con capucha, pero no tiene perdón que no viéramos que, para ser Caperucita…, le faltaba la cestita.

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