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Los elefantes de un “ilustre desconocido”


Los elefantes de un “ilustre desconocido”

Madrid nunca ha sido tierra de elefantes –que yo sepa– y, sin embargo, ha habido bastantes y muy populares desde aquellos tres primeros paquidermos, de efímera vida, que se hizo traer Carlos III, desde Filipinas, hasta el tristemente famoso “elefante blanco” –sólo homónimo de la primera tienda de Circo de Madrid– que esperaban en el Congreso la noche del nefasto 23–F. También tuvimos a la saga proboscídea de los ‘Pizarro’, cuyo fundador protagonizó una fuga golosa que acabó con las existencias de una tahona cercana –y al que la leyenda popular atribuía aficiones etílicas– y que sucedieron ‘Julia’ y ‘Perico’ en la extinta Casa de Fieras. Pero los elefantes madrileños por antonomasia son ese bello rebaño que nos dejó Grases Riera en el edificio de La Equitativa.

Hoy no vamos a hablar de ellos sino de unos congéneres –muchísimo menos famosos– que habitan en la calle Goya 32. Ascendiendo por la vía, poco después de rebasar la blancura de la Basílica de la Concepción de Nuestra Señora –si ésta no te ha deslumbrado la vista– podrás admirar un edificio de exuberante y abigarrada decoración exterior en el que destacan, bajo los balcones de la segunda planta, las ménsulas en forma de cabeza de elefante con lujosos arreos en la testuz y enjoyados colmillos. Es el edificio conocido como ‘las viviendas de doña María Ángeles Espelius’.

¿Qué quién es esa señora? Pues deberías saber que la hermana de José Espelius.

No irás a decir que tampoco le conoces, cuando, seguro que decenas de veces, te has sorprendido y admirado con la Plaza de Las Ventas, el Teatro Reina Victoria, el Cuartel General de la Armada, el Cine Ideal, el Hotel Metropolitano en Gran Vía o el palacio del marqués de Frómista, todas obras ese arquitecto donostiarra.

Aquí, en 1907, Espelius proyectó para su hermana –y promotora de este inmueble de pisos de alquiler– un edificio de “sencillo interior” acorde a los posibles inquilinos y al barrio, con despacho, salones y muchos dormitorios para la familia y el servicio, éstos con escalera propia no se vayan a cruzar con las visitas. Es en las fachadas donde se permite un despliegue decorativo –casi kitsch–, enmascarando ese “sencillo interior” con una monumental imagen exterior, ecléctica y neobarroca de inspiración francesa.

Entre cariátides, flores, atlantes, leones sonrientes, palmetas, guirnaldas o triglifos, que abarrotan la fachada, destacan esos paquidermos híbridos –africanos por sus dos lóbulos en el extremo de la trompa, pero asiáticos por sus pequeñas y redondeadas orejas–, de ceñudos ojillos y arreos de salir a pasear los domingos.

Y ahora que ya lo sabes, paseante que transitas por Goya, busca en las alturas a esos engalanados elefantes –que bien podrían militar en el ejército del dios-rey Jerjes de la colorista y violenta “300” o trabajar en el disneyniano Circo WDP y burlarse sin parar del pequeño Dumbo– y admírate del trabajo de Espelius. Otro “ilustre desconocido” como tantos arquitectos que conformaron tu bella y desmemoriada Madrid.

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