Felipe, el oso que costó 1.500 euros
Hoy cumple 50 añitos. Llegó, oficialmente, con frío, que aquel día la nieve cubrió calles y tejados, aunque él ya se había subido a su pedestal la víspera de Reyes. Es Felipe, el oso rampante de la Puerta del Sol, photocall de foráneos y punto de encuentro para oriundos. Pero, ¿sólo 50 años? ¿No es demasiado joven para una ciudad como Madrid?
Es que no fue hasta finales de 1966 cuando el Ayuntamiento decidió devolver “la sencillez y autenticidad heráldica que ha presidido a lo largo de los siglos el blasón de la Villa” quedando “simplemente el oso y el madroño como emblema tradicional de Madrid”. Ya puestos, y en una calculada acción de marketing turístico, aprobaron que “existiese en algún lugar histórico un grupo escultórico que con las debidas proporciones y belleza fuese la pieza original de donde podrían hacerse reproducciones” como regalo o souvenir de turistas. “Como consecuencia, se despertaría en nuestros visitantes el deseo de contemplar el original del grupo escultórico y posar ante él con sus cámaras fotográficas”, continua premonitorio el escrito municipal.
Dicho y hecho, el monumento, tras aprobar un crédito de 250.000 pesetas, –sí, poco más de 1.500 euros– se le encargó con muchas prisas al escultor Antonio Navarro Santafé, nacido en Villena como el mismísimo Ruperto Chapí.
Como modelo, el escultor alicantino –recién proclamado Mejor Escultor Animalista de España– cuenta que utilizó a “un soberbio ejemplar de oso, capturado en los Picos de Europa” y que entonces vivía “en la Casa de Fieras del Retiro” y al que bautizó como Felipe. En apenas dos meses los 500 kilos del broncíneo plantígrado –con su correspondiente madroño– estaban listos para ser protagonistas de millones de fotografías, videos, selfies y postales.
Mientras, había surgido la polémica para su ubicación. Primero se pensó en la plaza de las Descalzas y o en la de San Martín –recién remodeladas–, luego en la Puerta de Hierro. Hubo quien sugirió El Retiro aunque eran más los partidarios de la Plaza Mayor. Casi en el último momento se decidió que el lugar óptimo era la Puerta del Sol y para allá se fue Felipe, desde la fundición, en un camión Pegaso, escoltado por el escultor en su 600.
Y en un frío 10 de enero, la Puerta del Sol se vio invadida por una masa de curiosos, expectantes por ver descorrer la bandera que cubría el esperado símbolo zoológico-vegetal transformado por vez primera en monumento. Por parte oficial, nadie se lo quiso perder. El alcalde con concejales y tenientes de alcalde, el presidente de la Diputación, los Amigos de la Capa, algún general, el cronista oficial de la Villa –que glosó al oso–, periodistas, poetas y castizos varios como Alfonso o Chicote no se quisieron perder el evento. Y allí, bajo el cartel de Tío Pepe, justo donde estuvo en su día la Mariblanca, quedó inhiesto el oso junto al madroño, esperemos que para la eternidad.
Luego, como cualquier escultura madrileña que se precie, ha sufrido el popular "síndrome del cambio de estatuas", zascandileando por la Puerta del Sol de un lado a otro hasta el actual emplazamiento.
Hoy Felipe, aunque el más famoso, no es nuestro único plantígrado. Tiene dos sosias, en Ciudad Jardín y Entrevías; un hermano por parte de padre, en el parque de Berlín; dos colegas de la Puerta de Osos, en Puerta Bonita, y un primo chino en el Zoo, amén de varios ancestros en la antigua Casa de Fieras y en la Fuentecilla.
Sin embargo, hay quien dice que Felipe no es oso sino osa por su origen –y porque nadie le ha visto nunca las criadillas– y que el madroño tampoco es madroño sino almez o lodón. Pero eso ya es otra historia que algún día contaremos.