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Un ‘indio’ en la plaza de la Armería


Uno de los ‘indios’ de la plaza de la Armería

Pese a que la fachada principal del Palacio Real, en la plaza de la Armería, es uno de los principales photocall para foráneos o nativos, pocos se sorprenden de que junto a estatuas de reyes godos y borbones haya dos monarcas de exóticos ropajes y tocados. Son las singulares esculturas de Moctezuma y Atahualpa que presiden el piso principal de la regia portada.

Pero, ¿qué hacen un emperador azteca y otro inca con reyes castellanos, hispanorromanos, visigodos o navarros? Fue la genial idea de fray Martín Sarmiento, un erudito benedictino, que proyectó una “historia en piedra” de la monarquía española para decorar el nuevo Palacio Real, encargo de Felipe V y Fernando VI. En un primer proyecto las cornisas del magno edificio iban a estar decoradas por 98 esculturas de gran tamaño, representando, en orden cronológico, a todos los monarcas de España, desde el godo Ataulfo hasta Fernando VI, y a los emperadores romanos de origen español, además de una serie de adornos.

Pero el monje se debió crecer con el proyecto y en breve añadió otras 14 estatuas más. Y aquí entraron Moctezuma y Atahualpa, junto a dos patronos de España y parejas de monarcas suevos, aragoneses, navarros y portugueses más un dúo de condes castellanos.

De las 112, son las figuras de Atahualpa y Moctezuma, dos de las de mejor calidad artística. Pero la de ése último es, sin duda, la más bella. Estatua de plinto redondo, fue tallada en una sola pieza –en la dura piedra blanca de Colmenar– por Juan Pascual de Mena, quién representó al azteca, según los cánones del momento, alto y fuerte, engalanado con un exuberante tocado de plumas y dobles hileras de perlas en brazos y piernas. La figura mantiene una curiosa postura que hace pensar que le faltan el arco y la flecha que anuncia la aljaba a su espalda.

Al igual que la de Atahualpa y el resto, poco se mantuvo en su pedestal, porque apenas seis años después de su erección, Carlos III –monarca entrante– ordenó, por motivos que ahora no vienen al caso, su retirada y almacenamiento en las bóvedas de los sótanos del Palacio. En 1834, Aranjuez pidió a la Corona algunas de aquellas estatuas para embellecer su recién construido puente colgante sobre el Tajo. Y para allá emigraron Atahualpa y Moctezuma con Reciario, rey de Galicia, y el navarro Sancho III el Mayor.

Y allí, custodiando el 'puente de las Barcas', vieron crecer al Real Sitio y Villa de Aranjuez y decenas de cosechas de fresas y espárragos hasta que, en 1968, una nueva ampliación en el puente les permitió el regreso a Madrid. Tres años después, tras la imprescindible restauración, un caluroso día de verano, volvían por fin a su ubicación preferente en el piso principal del Palacio Real, para que algún padre siga pudiendo encogerse de hombros a la pregunta de su perspicaz retoño: “Papá, ¿quién es ese indio que hay allí arriba?”.

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