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La iglesia de los huevos


Si tras tomarte un café en su homónimo Gijón decides hacer una retirada de efectivo en el Banco de España, bajando por el Paseo de Recoletos tal vez adviertas, semioculta por la arboleda en según qué épocas del año, la fachada de una iglesia que contrasta, por sencilla, con el conjunto arquitectónico colindante. Es el monasterio de la Inmaculada y San Pascual, uno de los menos conocidos de Madrid, salvo para novias casaderas amantes de la tradición de la ofrenda de huevos a las monjas clarisas. Y es que el convento e iglesia de San Pascual Bailón, en el Paseo de Recoletos 11, pasa casi desapercibido aunque tiene culto –y bastante concurrido–, incluso de rito mozárabe. En la fachada, austera como corresponde a una orden franciscana, destaca dentro de una hornacina, refugio de palomas, la pétrea imagen, en versión Asunción, de una Inmaculada del siglo XIX. Con un bello rostro, alisado por los años, ya sin manos y flanqueada por sendos escudos de la comunidad franciscana y del noble benefactor, puede que ella que sea la única representación de la imaginería religiosa en el eje Prado-Castellana. Hoy ya nada queda del edificio original fundado a finales del siglo XVII por Juan Tomás Enríquez de Cabrera y Ponce de León, almirante de Castilla y muchos otros títulos más. Consagrados a nuestra Señora de la Inmaculada Concepción y a San Pascual, aunque ya desde entonces se le sumó el Bailón, iglesia y convento desaparecieron tras diversos avatares fruto de desarmotizaciones y ensanches urbanísticos que obligaron emigrar a sus devotas ocupantes a las Descalzas Reales. A finales del XIX, y según un proyecto del arquitecto Juan J. Urquijo, se levantaron las edificaciones actuales que poco después volverían a habitar las religiosas clarisas para, hasta hoy día, seguir recibiendo los huevos de las mozas en trance de pasar por la vicaría.

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