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Los tristes leones de Cuatro Caminos

Fueron vecinos de fuentes y scalextrics e incluso, si alguien hubiera reparado en ellos, podrían haber llegado a ser estrellas en el cercano Circo de Teresa Rabal. Son los dos tristes leones que aún vigilan desde un pequeño edificio en Bravo Murillo 103, en Cuatro Caminos. Cualquiera de los dos podría contar la historia de esta plaza de barrio típico de las periferias madrileñas del final del siglo XIX que tras ser de obreros del Ensanche de Madrid se ha convertido en una céntrica zona multirracial de las más valoradas.

En su sucinta atalaya, fueron los engalanados invitados a la llegada de Alfonso XIII para la inauguración de la Línea Norte-Sur del Metropolitano. Y bajo sus melenas han visto anidar la sede administrativa de una revista marxista de cine, una sucursal de una cadena de ropa sustituida por la de su marca para jóvenes y, ahora, una tienda de operadora telefónica.

Pero las reiteradas reformas y contrarreformas les han hecho perder casi toda fiereza bajo decenas de capas de pintura y revoque hasta convertirles en tristes caricaturas de aquellos reyes de la selva que, callados, observaron los disturbios en la huelga revolucionaria del 17 pero que a buen seguro disfrutaron con los acordes de la guitarra flamenca de Adela Cubas en el Metro-Cine.

Ahora, la blanca y ajada bajocubierta, en la que aún ambos reinan, contrasta con el moderno revestimiento de las dos plantas inferiores en un anacronismo arquitectónico apenas percibido por los raudos compradores que les continúan no viendo.

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