La última 'virgen esquinera'
Hubo antaño en Madrid la tradición de poner en las esquinas de algunas casas hornacinas con imágenes religiosas en su interior. Más allá del mero propósito estético, la presencia de esta imaginería cristiana pasaba por tener alguna finalidad muy concreta como proteger el edificio de desgracias, el agradecimiento por favores recibidos o por simple devoción. De aquellas, que al parecer fueron bastantes hasta que el Ayuntamiento ordenó su retirada, hoy día sólo queda una, la que está situada en la plaza de Ramales en su esquina con la calle de Vergara. Posiblemente sea la última 'vírgen esquinera' de Madrid.
La hornacina apenas si destaca en un edificio como la casa-palacio de Ricardo Angustias. Una maravilla del arquitecto riojano Cayo Redón Tapiz que, en 1920, remodeló el inmueble original, levantando dos plantas más, una de ellas un torreón entre el cuento de hadas y la torre medieval. Además redecoró la fachada con nuevas molduras, balcones y los delicados estucos de la última planta de los que apenas queda ya nada, trasformando una vulgar edificación en uno de los más bellos exponentes del barroco regionalista tan en boga en aquellos años.
Y en su esquina noroeste, una Virgen de los Dolores, advocación de la Virgen María también conocida como La Dolorosa, con su vestidura –apenas se distingue por la suciedad del cristal que la protege– negra o morada según la tradición que se inició, precisamente en Madrid, cuando María de la Cueva, camarera mayor de Isabel de Valois, regaló uno de sus propios trajes de luto para vestir una imagen de la Soledad.
Siguiendo otras tradiciones de la imaginería mariana, el rostro inundado de tristeza, un rosario entre las manos en gesto de oración y el corazón atravesado por los siete puñales, símbolo de los siete dolores que debía padecer la Virgen según las Escrituras.
Completa la escenografía, un farolillo para lámpara de aceite, ya con bombilla de bajo consumo, que ilumina la imagen por las noches además de las ofrendas florales, con unos ramos de tulipanes, rosas y geranios, a sus pies. Y, tal vez, como homenaje a ese Madrid iconoclasta con su legado y su historia, el feo canalón que, junto a ella, recorre toda la fachada.