El monumento que ha dado nombre a una plaza que ni era plaza ni se llamaba así
Pese a su casticismo –y a su belleza– es uno de esos monumentos muy poco conocido por los madrileños. Enclavado en una zona ni turística ni de mucho tránsito –tras algún traslado como cualquier estatua madrileña que se precie– ha dado, durante años, nombre a una plaza que no era plaza ni se llamaba así. Para colmo, el monumento tampoco tiene el nombre de la no-plaza que nominaba. Y es que el Monumento a los Chisperos, situado en la plaza de los Chisperos, realmente es el Monumento a los Saineteros Madrileños y estaba en “el espacio ubicado entre los viales Francisco de Rojas, Luchana y Manuel Silvela”, ahora sí plaza de los Chisperos de Chamberí.
Este monumento, dedicado oficialmente a la “Musa popular madrileña”, tuvo su génesis en un artículo del periodista Mariano de Cavia –sí, a veces los plumillas también tenemos alguna buena idea–, publicado en El Imparcial, tres días después de la muerte del escritor Ricardo de la Vega.
La propuesta, bien acogida, fue rápida en su desarrollo y poco después Lorenzo Coullaut Valera –escultor del Cervantes de la Plaza de España– presentaba la maqueta del monumento, “…feliz concepción artística que honra a sus ejecutores tanto como a los ilustres saineteros y músicos madrileños Ramón de la Cruz, Ricardo de la Vega, Francisco Asenjo Barbieri y Federico Chueca. Sobre una plataforma de piedra con tres escalones se levanta una hermosa columna, en cuyo plano superior hay un grupo en bronce formado por una manola y una chula, a quienes piropean un chispero y un chulo de los barrios bajos. La parte superior de la columnata está rodeada por los bustos de los cuatro célebres madrileños”, lo describía la revista Vida Marítima. Lo completan cuatro bajorrelieves con escenas de los sainetes o zarzuelas Pan y toros, Las castañeras picadas, La canción de Lola y La verbena de la Paloma.
Y hasta aquí le llegó el buen fario. Para su ubicación se discutió desde el paseo de Rosales al de San Vicente –primer asiento ‘definitivo’– pasado por el de la Florida, Embajadores o Lavapiés. Elegido emplazamiento, la inauguración se pospuso hasta en cinco ocasiones y el día oficial –con presencia del alcalde, el gobernador civil, el escultor, banda de música, niños cantores, músicos de renombre e incluso la infanta Isabel, 'La Chata'…– los lienzos que ocultaban el monumento se engancharon y no hubo manera de descubrirlo, hasta que se optó por la versión del obrero con escalera. Sólo dos años después es sustituido por una artística farola, y a los Chisperos los trasladan un ignoto rincón del Parque Sur, en la Dehesa de Arganzuela.
Allí, arrumbados, pasaron casi al olvido hasta 1932 cuando el Ayuntamiento –tras consulta periodística a madrileñistas de pro– aprobó su traslado al “distrito chamberilero, cuya jurisdicción, como es sabido, comprende el barrio de Maravillas o de los Chisperos, que es el nombre típico y popular con que se designa al monumento”. Y aunque se vino para el centro, poco mejoró su suerte –porque lo plantaron en una poco cuidada isleta que no era plaza ni jardín–, hasta 1982, cuando la no-plaza se remodeló, ampliándola, –con unos jardincillos aledaños–, adecentándola y añadiendo un pequeño monolito con una placa que explica nombre, dedicatoria y autoría del monumento.
Ahora en 2018, por fin, más de cien años después, los Chisperos ya están en la plaza de su nombre, aunque ése siga sin ser el suyo.