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(neo)Gótico en la Carrera


Para descubrirlo hay que forzar el cuello, por lo alto que está y lo estrecho de la vía. Y aún así hay quien pasea una o mil veces por la Carrera de San Jerónimo y no aprecia que sobre esas dos feas plantas comerciales del número 18 hay una pequeña joya del gótico –aunque sea neo– de la arquitectura civil madrileña.

Esta casa fue de los primeros edificios neogóticos que se construyeron en Madrid, aunque hoy, tras múltiples remodelaciones, sólo quedan de su aspecto original la rejería y las decoraciones, de tres de las plantas, inspiradas en un gótico tardío. El proyecto fue encargo de un sastre, Tomás Isern, al arquitecto Francisco de Cubas, Marqués de Cubas, para instalar la sastrería en el bajo y el entresuelo y destinar el resto para su vivienda.

Y como el negocio de la confección debía funcionar muy bien, el Marqués de Cubas –“arquitecto ‘oficial’ de la aristocracia madrileña” según Pedro Navascués– no reparó en detalles (neo)góticos. Las ventanas de los dos pisos principales las enmarcó con arcos conopiales caicelados, flanqueados por columnillas –de pequeños capiteles henchidos de flores–, rematadas por decorativos pináculos. Los frisos entreverados de arcaditas conopiales y ojivales, la rejería y el portal completaron un conjunto, que en palabras de la prensa “tanto llama la atención en la Carrera de San Gerónimo”.

El edificio se inauguró con toda la pompa, en 1866, e incluso lo bendijo nada menos que el padre Antonio María Claret, confesor de la reina Isabel II. Y es que no era para menos el nivel del inmueble y del establecimiento. Un cronista se asombraba del "extraordinario lujo y la ornamentación verdaderamente artística que lo embellece, no menos que el surtido de géneros y de prendas de vestir ya hechas que llenan sus escaparates... No hay muchos establecimientos en las primeras capitales de Europa, que puedan rivalizar con el del señor Isern".

Seguro, que cualquiera de sus clientes podría haber pronunciado el “my tailor is rich” aún sin estar aprendiendo inglés y sería verdad verdadera.

Con los años, el edificio ha sufrido profundos cambios en su estructura, incluso se le añadió un inconveniente, aunque rentable, ático. Su fachada de la calle del Pozo fue totalmente renovada y en la de la Carrera, el comercio ha adulterado definitivamente tanto la planta baja como el entresuelo.

Pero esto no impide que la casa de Isern siga formando parte del patrimonio artístico –poco conocido– madrileño. Si los alemanes –vía los hermanos Grimm– tuvieron a su Sastrecillo Valiente, el nuestro fue el sastre pudiente, en cualquiera de sus tres acepciones de la RAE, y nos dejó auténtica joyita (neo)gótica en la Carrera.

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