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El azulejo que cuenta una macabra historia


Dicen que en Madrid hay cerca de 36.000 calles –y si alguien no está de acuerdo, que las cuente–, con nombres de lo más rimbombante a lo más prosaico y cada una con su historia, su leyenda o su curiosidad. Pero hay una de nombre casi vulgar pero bautizada por un macabro suceso que allí sucedió. Es la calle de la Cabeza, una estrecha vía próxima a la plaza de Tirso de Molina, cuyas placas están decoradas con una cabeza sobre una bandeja de plata, un cuchillo y un carnero degollado.

Mezcla la leyenda con la historia, que allá por el siglo XVII, reinando Felipe III, vivía un adinerado clérigo con un criado portugués. El sirviente, bien por envidia –dicen unos– o acosado por deudas –cuentan otros–, decidió huir a su tierra con todos los dineros del opulento cura. Pero para evitar la más que probable denuncia optó por decapitar, previamente, a su rico amo y ocultar la cabeza. Mucho se habló del suceso en el mentidero de la villa, pero poco a poco otras noticias, rumores o calumnias, dejaron en el olvido el siniestro crimen.

Pasaron los años, y el sanguinario criado –convencido de su impunidad– regresó a Madrid, ya convertido en respetable caballero por el botín de su crimen. Una mañana, mientras paseaba por el Rastro, decidió comprar una cabeza de carnero para hacerse un caldo o un asado. El luso guardó la cabeza bajo su capa y marchó de regreso a su nueva casa sin notar que a su paso dejaba un reguero de gotas de sangre.

Un corchete –un ‘guindilla’ de la época– sorprendido por el sanguinolento rastro lo paró preguntándole por el bulto bajo la capa, a lo que el criminal respondió: “¿Qué he de llevar? Una cabeza de un carnero que he mercado ahora mismo”. Y aquí entra la leyenda, porque cuando el criado descubrió la capa, vio que lo que allí llevaba era la desaparecida cabeza de su difunto amo, chorreando sangre como si acabara de volverlo a decapitar.

El criminal, abrumado por el ‘castigo divino’, confesó su crimen. Juzgado y sentenciado, fue ejecutado en la Plaza Mayor con cientos de madrileños y la cabeza del clérigo sobre una bandeja de plata como testigos. Cumplida la sentencia, la milagrosa cabeza volvió a ser de carnero.

Enterado del portento, el rey mandó, que en recuerdo del extraordinario suceso, se pusiese en la fachada de la vivienda del crimen una cabeza de piedra, representando la del sacerdote. Cabeza que dio nombre a la casa y por ende a la calle.

Hoy solo dos de las catorce placas de la calle recuerdan cumplidamente el legendario suceso. En la trasera del teatro Nuevo Apolo y en la esquina con la calle del Olivar, dos excelentes cerámicas –de aquellas que en los años 90 creó el gran ceramista talaverano Alfredo Ruiz de Luna– nos enseñan la decapitada cabeza del clérigo sobre la bandeja de plata, el cuchillo y el sangrante carnero degollado.

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