El logo de un arquitecto genial
Lo tienes por lo alto, por lo bajo, pero sobre todo por lo subterráneo, es el logo del Metro de Madrid. Ya casi cien años rodeándonos día a día y pocos saben que este inalterable logotipo es obra de un genio, no del diseño sino de la arquitectura, Antonio Palacios Ramilo.
Gran olvidado y cuasi desconocido de los madrileños, Palacios no es que no tenga aquí una calle, es que no tiene ni una pequeña plazuela o un sombrío callejón. Y ahora que se ha cumplido su centenario, ni los reivindicativos ediles, que asientan sus traseros en una de sus mejores obras, han propuesto dedicarle una vía de esta ciudad a la que el genial gallego convirtió en una ciudad moderna. Madrid no sería Madrid sin el Palacio de Cibeles o el Círculo de Bellas Artes, sin el Banco Español del Río de la Plata –hoy sede del Instituto Cervantes– o la Casa Matesanz, sin el Hospital de Maudes o la Casa Palazuelo. Y por supuesto, sin el Metro.
Porque Antonio Palacios es el 'modisto' del Metro. Desde su nombramiento, en 1917, como arquitecto de la Compañía Metropolitana Alfonso XIII –sí, ese era el nombre original de nuestro actual Metro– éste genial arquitecto gallego diseñó todo lo que 'vestía' a aquel nuevo modo de transporte: las estaciones, los accesos, bocas y templetes, las barandillas y balaustradas, los edificios auxiliares –cocheras, nave de motores, subestaciones eléctricas– y, cómo no, el logo.
Que para el logotipo es muy posible se inspirara en el que comenzó a usar el Metro de Londres aquel año –pero cambiando el círculo por un rombo– no lo quita ni un ápice de genialidad. Hoy, casi un siglo después de su creación sigue teniendo fuerza propia y cumple a la perfección con la función de señalar con claridad entradas y estaciones.
Tanto es así, que a principio de los 80, cuando el Metro –tras su nacionalización– estaba en sus horas más bajas –era el “medio de transporte de los pobres”–, el Ayuntamiento, entonces su ‘dueño’, decidió una gran renovación incluyendo un cambio gráfico que modernizase la imagen corporativa. Pero al logo sólo pudieron hacerle un ligero lavado de cara, rebajando algo el azul de la banda central y cambiando la tipografía a una helvética en minúsculas, y en aras de la modernidad –se acabaron las versiones con teselas, azulejos, relieves y brillos– se pasó a utilizar sólo colores planos.
Pero ese sello original de Antonio Palacios aún podemos encontrarlo hoy en estaciones de la Línea 1 y en algún edificio auxiliar como la subestación eléctrica de Quevedo, en la calle Olid.
Lástima que la obra de Palacios, sólo comparable, a nivel nacional, a la de su tocayo y homólogo Gaudí, no ha tenido la fortuna de éste en reconocimiento y popularidad. Tal vez la mala suerte del gallego fue que no le atropellara un tranvía.